El 31 de mayo, los alumnos de 6° año visitaron el ex Centro Clandestino de Detención Tortura y Extermino La Perla. Acompañados por docentes y preceptores, los estudiantes realizaron una visita guiada por las instalaciones, y recibieron una charla en donde pudieron hacer preguntas y consultas. A modo de recuperación de lo vivido, una alumna plasmó sus impresiones en un relato para la asignatura “Ciudadanía y Política”.
Por Anahí Orrego (6° C)
Era un día frio en otoño, pero Amanda, como todos los días, estaba corriendo por la ruta. Como nunca, sintió el impulso de querer meterse por un nuevo camino, ella se desvió y siguió sin mirar atrás. Al pasar el rato, se detiene para tomar aire y un poco de agua; apoyándose en un árbol que se deshojaba, en ese momento sintió un calor que le quemó la piel y, asustada, al darse vuelta se quedó petrificada del miedo. Estaba viendo un fantasma, una figura blanca que jamás había visto, se sintió anonadada y desorientada. Estaba viendo una mujer joven y, sin esperarlo, ella la llamó:
– Ven querida
Sin entender lo que estaba sucediendo, ella le contesta:
– ¿Quién eres?
El fantasma le responde:
– Mi nombre es Elena y tú eres la elegida, te estábamos esperando hace tiempo- dijo intentando acercarse para tomarle las manos.
Amanda retrocede, y con la voz quebrajada le pregunta:
– ¿Estábamos? ¿Acaso no eres la única?
Elena le explicó que ella habitaba en las raíces de aquel árbol en el que ella se había apoyado, que nadie circulaba en medio del bosque de las memorias, que esperaba a que alguien con vida pueda reanimar aquellos recuerdos e historias que nunca pudieron contar.
Amanda había comenzado a delirar y preguntó:
– No veo a nadie más, sólo te veo a ti.
Elena le extiende su mano y le dice:
– Toca con las yemas de tus dedos los árboles que desees, vendrán fantasmas como yo, que lo único que desean es contar sus historias y que nadie pueda volver a pasar por lo mismo.
Sin prisa, Amanda tocó los árboles que rodeaban al de Elena, volviendo a sentir ese ardor como si uno tocase el mismísimo infierno con sus manos.
Aparecieron sin demorar un segundo uno por uno. Sin poder creerlo, se apoyó en uno de los árboles, mientras los nuevos visitantes se presentaban:
-¡Hola! Mi nombre es A. R., me conocían por mi seudónimo Chaco- dijo el primer hombre, vestido con un blazer color beige que tenía pequeños orificios perfectos.
-¡Qué tal! nosotros somos Héctor y Tomás- dijeron dos hombres, los cuales estaban sentados jugando al ajedrez.
-¡Buenas noches, muchacha! Yo soy Irene- dijo otra mujer, mientras tomaba su alianza.
Amanda en ese momento sintió que por alguna razón debía escucharlos, ver qué fue lo que había sucedido para que estas almas estén a la espera de alguien más y no en su pleno descanso. Así que sin intentar escrutar, se puso cómoda en el árbol y le preguntó al primero:
– Es un placer A. R., mi nombre es Amanda y estoy aquí para escucharte.
A. R. contento le responde:
– Mire señorita, sería muy descortés si le dijera que todos estamos aquí por un buen recuerdo. Pero verás –dijo tomando asiento al lado de Amanda- fue el 8 de julio de 1976 el día en que me secuestraron; recuerdo las cosas como si hubieran sido ayer. Recién llegaba a una reunión de la Juventud Universitaria Peronista que se realizó en una casa de uno de los integrantes. Los oficiales habían entrado a la fuerza, nos tomaron a todos pero yo les di pelea, tuvieron que perseguirme por cuadras, hasta que ese maldito civil llamado Yankee me capturó y enlazó. En esas cuadras de terror me disparaban mientras intentaba huir, mi saco –dijo al mostrar los orificios perfectos- es mi prueba viviente de ese recuerdo. Aquel 8 de julio se habría vuelto un espanto, algo que nunca creerían, pero al capturarme me subieron en un maldito Falcon verde, me vendaron los ojos y partimos rumbo a no sé dónde. No olvido el miedo que tenía, el dolor que sentía en el cuerpo y la impotencia de no saber adónde me llevaban. De la nada comencé a sentir como si estuviese en pleno campo por cómo se movía el auto, y a los 10 minutos resultó que habíamos llegado, seguía sin saber adónde y en ese momento me sacaron todas mis pertenencias. Me sacudieron y pegaron hasta que me metieron en un cuarto, donde lo primero que hicieron fue preguntarme quién era y si sabía la razón de estar allí. Obviamente no, no lo sabía, y no quería decirles quién era, pero eso terminó siendo una tortura que tuve que hacer. Aclaro que no di información de los demás, pero sí les di la mía, aunque fue en vano porque ellos ya sabían todo de mí. Yo no les serví, nunca comprendí por qué me dejaron vivo en ese maldito lugar. Era una tortura constante, ver cómo todos los días llegaba gente nueva, cómo los metían en la habitación de interrogación, se los llevaban y después los traían. En ese lugar nadie confiaba en nadie, pero estábamos unidos por el dolor, el miedo y el frio. Pero pude salir de ese lugar. Fue a fines de 1978, me hubiera gustado volver a vivir como cualquiera, pero no me lo permití. En fin, mi familia tras mi muerte plantó un árbol que sirvió de representación de esa vida que no pude disfrutar y vivo en sus raíces porque nunca pude explicarle a nadie la razón de no querer vivir.
Amanda con la piel de gallina y los ojos llenos de lágrimas se queda callada por un momento, estaba pensando en qué decir:
– A.R. eres una persona fuerte que pasó por cosas horribles y prometo –dijo poniéndose la mano en el corazón- que buscaré a tu familia y les diré que no fuiste un cobarde al suicidarte, que prácticamente ya estabas muerto por dentro después de lo que viviste.
A. R. le sonríe a Amanda y por último le dice:
– Gracias por tu promesa, por ti ahora podré descansar en paz- y se esfumó como si fuese neblina.
Ya había escuchado la primera historia, pero manejaba una impotencia, una pena enorme que sentía que podía sanar sólo si los hacía escuchar y recordar, así que prosiguió con los apasionados en el ajedrez Héctor y Tomás.
-¿Y la razón por la cual están aquí? ¿Cuál es?- dijo Amanda.
– Ja- se ríe Tomás.
– La razón por la cual estamos aquí es la misma que todos. Después de lo que vivimos ninguno fue capaz de seguir con vida, pero no Tomás, él sigue como persona desaparecida y la única verdad es que fue exterminado. Pero yace en mis raíces porque fue mi único buen recuerdo en ese desastre, para ambos el ajedrez era una pasión y eso nos unió por dentro. Al principio jugábamos con la imaginación, pero un día se nos ocurrió guardar las migajas de pan que nos daban y poder formar nuestro propio juego de mesa, sin importar el hambre que sentíamos, preferíamos jugar antes que comer, era nuestra manera de desahogarnos. Pero de un día para el otro no volví a ver a Tomás, había perdido al único amigo que tenía en ese asqueroso lugar, sin tener su compañía ya era difícil, pero cada día era todo más duro, más fuerte. El frio se sentía más, el hambre que pasábamos nos dejaba tontos y las heridas que teníamos cada vez empeoraban. Pero al final de todo esto, un día me liberaron, lo cual no aprecié nunca, porque yo salí, pero él no- lo mira a Tomás y agacha la cabeza-y ese es mi recuerdo, mi tortura, la poca vida que quise conservar. Fui maltratado, abusado, no me dejaban ir al baño si realmente lo necesitaba, no era con lo que quería vivir el resto de la vida que me quedaba. Aún hasta el día de hoy, no entiendo por qué al plantar este árbol es Tomi quien lo comparte conmigo, pero es bueno poder verlo sin miedo a que puedan lastimarlo- dijo Héctor.
Amanda, llorando por lo que había escuchado, los miró y le dijo a Héctor:
– Quizás Tomi vive contigo por ser tu recuerdo más fuerte, por ser tu amigo y compañero de una pasión.
Héctor y Tomás se paran de la mesa en la cual estaban jugando y al mismo tiempo le dan las gracias.
Amanda se sentía perturbada, no quería seguir escuchando más historias pero no podía parar, sólo le faltaban dos. Así que respiró y se asomó a Irene, la cual no dejaba de tocar la alianza que poseía.
-Irene, ¿puedo preguntarte algo? –dijo intentando sentarse junto a ella
-¡Claro! ???respondió Irene.
Con pena, Amanda le pregunta:
-¿Cuál es la razón por la cual estás aquí todavía?
Irene la mira y con los ojos llenos de lágrimas le responde:
-Por mi esposo. Él plantó este arbolito por mí, nunca dejó de luchar por encontrarme y sin embargo nunca lo logró. En ese lugar a todo el mundo le robaban sus alianzas, sus pertenencias, era raro que te den agua, abrigo, incluso era difícil para la mujer el hecho de estar en su período menstrual y que puedan darle algo para no mancharse o manchar absolutamente todo. Mi alianza es el recuerdo vivo de mi felicidad, me animo a decir que fui la única a la cual le permitieron quedársela, ya que al secuestrarme y golpearme me habían lastimado el dedo anular, por lo tanto, se les hizo hasta imposible quitármelo. Mi historia es mucho más corta que la de los demás, quiero creer. No estuve mucho tiempo en ese centro clandestino. Solo recuerdo que me tocaban con las armas, me besaban y se reían cuando menstruaba, me golpeaban como a cualquiera pero me embarazaron, me sacaron todo y me dieron algo que no quise, que no pedí. No les pedí que se hagan cargo de mí, ni de ese bebé que venía en camino, porque me habían dicho que iban a darme la libertad para que pudiese cuidar a mi hijo como una madre debería hacerlo –dijo mientras soltaba su alianza y lloraba al tocar su panza- Ni siquiera pude saber si iba a ser nena o nene, me llamaron y llevaron lejos de la cuadra, me dieron ropa y descubrí que no era la única que dejaban de lastimar –suspirando, se seca una lágrima que caía por la mejilla derecha- Dijeron que nos iban a poner una vacuna para matar los virus que podíamos tener o cualquier tipo de enfermedad, pero fue mentira, nos inyectaron algún tipo de droga que nos durmió a todos en nuestro viaje a la libertad y nos tiraron drogados en nuestro mar, donde ninguno podía ver tierras a la vista o algo que flotase para poder nadar. Lo intenté, nadé hasta más no poder, pero estaba frío, sentía muchísimo frío y mi panza no me ayudaba. El bebé se movía por primera vez y en el peor momento. Entonces, fue ahí donde nos dejaron, para nunca más volver a encontrarnos.
Amanda la mira y le dice:
-No lo voy a olvidar, lo prometo.
Irene en medio de su desaparición le dice:
-Yo no olvido, ni perdono.
Sin sentirse lista, Amanda se acerca hacia Elena y le pregunta:
-¿Y tú Elena? ¿Por qué sigues aquí? ¿Cuál es el motivo por el que estás en este bosque?
Elena sonríe y la acaricia contestando:
-La razón por la cual estoy aquí es para poder ubicarte donde se encuentra este infierno argentino –dijo al darse vuelta- Mira, ese es el lugar del que has escuchado y es el recuerdo que has librado de aquellas almas lastimadas.
Amanda sorprendida responde:
-Tiene una cancha de fútbol, parece un colegio más que un lugar donde mataban y torturaban a las personas –dijo asombrada.
Elena se sintió realizada, aliviada de poder tener alguien que la escuche y le dijo:
– Querida Amanda, yo no fui una víctima de esta masacre. A diferencia de los demás, era una de las que lastimaba, la enfermera que inyectaba a las personas por liberar, la que dio la idea de tirar los cuerpos con vida en nuestro mar.
Amanda se pone pálida, y esa sensación de quedar petrificada le vuelve al cuerpo, pero aún así le pregunta tartamudeando:
-Entonces, ¿Qué haces tú aquí? –dijo y dio un paso hacia atrás.
-Yo trabajaba para las personas que hicieron eso, pero me traicionaron y mataron. Mi familia encontró mi cuerpo junto con el de cien personas más y dedujeron que fui víctima de ese centro clandestino. En mi nombre y recuerdo de vida plantaron este árbol, pero nunca pude decirles que nunca fui la persona que creían, que tengo un papel de víctima cuando no lo soy, pero sí, estoy muy arrepentida, y por esta razón es que te pedí que toques y escuches a los demás. Mi historia es insignificante, soy un monstruo y no tengo planeado irme de este bosque hasta que todos puedan descansar en paz.
Amanda se encargó de tocar todos los árboles en el llamado “Bosque de la Memoria” y de escuchar su historia, para no callar, para hacer justicia.
Desde ese entonces, Amanda es la justiciera de aquel Golpe de Estado. Fue quien declaró que habían cuerpos en aquel mar argentino, quien puso el respectivo nombre de cada uno de los fallecidos y desaparecidos al lado de un árbol, la misma persona que vio lo arrepentida que se sintió Elena e hizo que pudiese descansar en paz.
Por Amanda es que todos gritamos: NO OLVIDO, NI PERDONO.
Las imágenes son retratos de los objetos que pertenecían a los detenidos y que integran la exposición del ex Centro Clandestino.