A modo de evaluación, la Profesora de Lengua y Literatura Marcela Pepe propuso a sus alumnos la elaboración de un ensayo que refleje los contenidos de lectura y comprensión escrita. Dicha temática fue articulada, además, con los proyectos sobre Educación Sexual Integral. En esta ocasión acercamos el ensayo de Marianela Madi Bernal, alumna de 6°B.

La disciplina académica de literatura femenina como un área de crítica literaria está basada en la noción de que la experiencia de las mujeres, históricamente, ha sido moldeada por su género, y que las mujeres escritoras, por definición, son un grupo digno de estudio por separado: sus textos emergen e intervienen en condiciones usualmente muy diferentes de la mayor parte de la escritura producida por hombres.
No es una cuestión de materia o postura política de un determinado autor, sino de su género, es decir, su posición como mujer dentro del mundo literario. La literatura femenina, como un área de estudios y prácticas literarias, se reconoce explícitamente en los números de las revistas dedicadas, organizaciones, premios y conferencias que se centran principal o exclusivamente en textos producidos por mujeres.
Hasta mediados del siglo XIX en la literatura se condenaba, de un modo u otro, los comportamientos “inmorales” de las mujeres (toda conducta que no implicara quedarse encerrada en su hogar al servicio de su familia). Por lo tanto, no es de extrañar que sea difícil encontrar ejemplos de escritoras nacidas antes de dicha época. Sin embargo, no se puede pasar por alto nombres como Santa Teresa de Jesús, Sor Juana Inés de la Cruz (gran defensora de los derechos culturales de la mujer) o Madame de Staël, auténticas revolucionarias de la época en la que les tocó vivir.
Sin embargo, esto no quiere decir que el siglo XIX fuera un período fácil para las mujeres de todo el mundo. Sólo algunas valientes se animaron a desafiar los cánones impuestos en su tiempo y buscaron formas de estar presentes en lo público. En dicha época, aparece el Romanticismo, movimiento que exaltaba la rebeldía y la libertad, pero las mujeres nunca tuvieron la misma oportunidad que los hombres para trasgredir, ya que la sociedad no estaba en posición de soportar más cambios radicales. Esto explica el por qué muchas escritoras de la época tuvieron que publicar sus obras bajo pseudónimos masculinos, como por ejemplo Georges Sand, o poner sus asuntos en manos de sus padres, como fue el caso de las hermanas Brönte.
Como es sabido, las mujeres han sido tradicionalmente relegadas a un lugar secundario, quedando su papel limitado a la vida familiar, el cuidado de sus hijos y las labores domésticas. Incluso se llegó a afirmar que la mujer era incapaz de valerse por sí misma, por su naturaleza peligrosa y su inteligencia inferior.
Por último, a partir de la mitad del siglo XIX, con la llegada del Realismo, comenzó a aparecer un tipo de literatura que buscaba la representación objetiva de la realidad. Junto a esta corriente, emerge un nuevo tipo de imagen femenina, de mujer anulada y oprimida por la sociedad. Esta mujer se revela contra lo establecido, y cansada de ser incomprendida, se deja llevar por sus pasiones e impulsos y, por lo tanto, rompe con los cánones impuestos por la sociedad tradicional. Como ejemplos de este tipo de literatura pueden ser las obras “Madame Bovary”, “La Casa de Bernarda Albao Tristana”, entre otros. Así, la sociedad comienza a tomar conciencia de la situación y, poco a poco, aparecen los movimientos feministas que sirvieron para que las mujeres lucharan por sus derechos y cambiaran su situación, abriendo el camino para la futura proliferación de autoras femeninas.