Por el Día del Bibliotecario, Andrea Massini nos cuenta en qué consiste su trabajo

Con motivo del Día del Bibliotecario, aprovechamos para conocer un poco más a Andrea Massini, la bibliotecaria del IES. Además fue una buena ocasión para recordar la importancia de las bibliotecas, del rol del bibliotecario en las escuelas secundarias, y de los cambios que sufrieron en los últimos años.

El día 13 de septiembre se conmemora el Día del Bibliotecario debido al nombramiento de los primeros bibliotecarios oficiales en Argentina, y por ser el día en que se informó sobre la creación de la Biblioteca Nacional. Si bien con los años las bibliotecas y los bibliotecarios han cambiado sus funciones, el rol que ocupan en la educación permanece intacto.
Andrea es Profesora de Enseñanza Primaria y Licenciada en Ciencias del Ambiente y la Tecnología, y en el IES se desempeña como bibliotecaria desde 2015. Verla en su lugar de trabajo es el respaldo más claro de sus palabras: “La biblioteca es mi espacio, mi lugar”. Cuando suena el timbre del recreo, la biblioteca se transforma en uno de los lugares más concurridos: alumnos jugando, terminando un trabajo, leyendo o estudiando. Ese fenómeno no es mera casualidad. Andrea trabaja día a día para cuidar esa libertad de los chicos y para que la biblioteca sea acorde a sus expectativas: “Me parece que una biblioteca tiene que ser un espacio más abierto a los chicos, un espacio donde se sintieran cómodos, donde pudieran hacer determinadas cosas, además de los momentos de tranquilidad. No me gusta que sea acartonado”.
Pero Andrea también ejerce otro rol. En algún momento del recreo, muy al pasar, hay quienes recurren a ella para pedir un consejo, para sacarse una duda o para sentirse escuchados: “Me gusta estar con ellos, escucharlos. Los lunes en la biblioteca son muy particulares, porque en general los chicos se acercan y me cuentan qué hicieron el fin de semana”.
La biblioteca ocupa un lugar muy especial en el IES, como en gran parte de los colegios secundarios. No respeta el mismo formato de un aula, aunque a menudo se utilice para dar clases; no es un patio para jugar, aunque en el recreo muchos se acerquen a terminar una partida de ajedrez o de cartas; es un lugar más relajado, pero con normas de convivencia bien claras. Andrea aprovecha ese lugar heterogéneo para tener otro vínculo con los chicos, para ofrecer un acompañamiento que se aleje de aquel reservado tradicionalmente a los profesores, pero que conserve el respeto al rol de adulto.
La biblioteca del IES es, también, una extensión de las aulas. Los profesores pueden planificar sus clases con otros recursos, de manera más dinámica y con otras herramientas. Los alumnos pueden reunirse a trabajar, o buscar la tranquilidad para concentrarse mejor: “Los miro desde acá y me encanta verlos jugando, discutiendo, haciendo un trabajo, es muy placentero”, comenta su bibliotecaria.
Atrás quedaron las épocas en las que las bibliotecas escolares eran salas reservadas al estudio silencioso y al cuidado de libros. Atrás quedaron, también, las épocas en las que un bibliotecario era aquel que simplemente conocía la ubicación precisa de los libros y materiales, y procuraba que no se altere la tranquilidad. Para Andrea, una biblioteca escolar debe cumplir hoy otra función: “El espacio de la biblioteca escolar tiene que ser ocupado por un docente, porque es un rol que acompaña a los chicos. Si bien brinda información y sabe dónde están los libros y sabe buscar determinada información, el bibliotecario acompaña a los alumnos de una manera diferente a la de otros tipos de bibliotecas. Acá el rol es pedagógico, porque es una herramienta más para aprender que tienen los chicos, es alguien más a quien recurrir”.

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