“Eclipse”, un cuento sobre opuestos que se atraen

Muchos alumnos el IES encuentran que algunos espacios curriculares estimulan sus capacidades más allá de las actividades del aula. En esta oportunidad acercamos el cuento “Eclipse” de Valentín Gómez Guzmán (5°C), quien decidió mostrar una de sus producciones literarias realizadas en su tiempo libre. Para la revisión de su trabajo contó con el acompañamiento de Marcela Pepe, docente a cargo de la asignatura “Lengua y Literatura”.

Eclipse

Y esa extraña sensación de que se me cierra el pecho, de estar contra la esquina, acorralado, sin un lugar hacia donde correr. No sé qué decir, ni a dónde mirar, o con quien hablar. Este dolor me consume poco a poco, siendo sincero no creí que la soledad doliera tanto.
Estoy sentado a un costado de la calle, y extrañamente está deshabitada.
Estoy solamente yo; creo que eso me pasa por pedir una demostración de mis amigos, pero de mis amigos de verdad, esos que no te abandonan y siempre te aceptan. Y acá están: no hay.
En eso, una extraña sensación de escalofrió recorrió mi cuerpo.
En respuesta a mi escalofrío, el viento me paralizó con unas brisas fuertes, formando un aire de dolor y sufrimiento, mientras causaba silbidos en las botellas de alcohol abiertas y tiradas en la calle con la esperanza de superar todo lo vivido, y dejando un olor a nunca sanará.
Y mirando el frío cielo, me pregunté “¿por qué los buenos pasan los malos momentos, y los malos por buenos?”.
“Madre, ¿dónde estás?”. En medio de la tenebrosa calle oscura, se asoma una chica que entre la niebla de la madrugada, murmurando en voz baja, repetía constantemente esa pregunta de búsqueda en tono de desesperación. Se acerca y continuamente me pregunta si había visto a su mamá, a lo que le respondí preguntando de forma descarada qué es lo que hacía sola a esa hora de la noche.
Y en ese momento fue cuando todo sucedió. Un abrir y cerrar de ojos bastó para ver un resplandor que venía de frente a nosotros. Al voltearme la chica ya no estaba.
Al mirar la luz, no me costó darme cuenta que era cálida y acogedora.
Asustado y sin dudarlo fui hacia ella.

Al llegar, una escalera alta descendía del cielo que luego se escondería entre las nubes negras, avecinando una tormenta y llenándome de dudas y misterio. Empecé a subirlas y al mirar a la calle sola, que ya poseía un viento que me susurraba penas ahogadas, los edificios abandonados y las casas sin iluminación alguna fueron lo que necesité para no dudar en seguir por donde iba.
Simplemente me di vuelta y seguí subiendo. Extrañamente sentía que allá arriba iba a tener alguien con quien hablar en esa mañana tan rara, escalofriante y misteriosa. Al llegar a la cima de la larga escalera, atravesando la tormenta, estabas vos, otra vez, siendo la protagonista de mi sueño.
Con tus ojos café sacaste de mí la piel erizada por el miedo, pero rápidamente sonreíste y tu tierna risa erizó mis pelos lentamente de nuevo. Mientras me iba acercando a vos, tus brazos se abrían preparando una bienvenida, como si supieras que todo esto iba a pasar y vos sólo estabas esperando.
Al llegar, eras como la luna. Fría, parecías sola, pero el estar bajo tu brillo era algo hermoso; el poder tener una luz, tu luz, entre tanta oscuridad, anunciándome que no me debo retirar en ningún momento aunque esté lleno de sombras; porque vos, sin importar donde estés, me iluminarías las espaldas, haciendo que no me sienta más solo ni con frío.
Luego entendí que yo era como el sol, resplandeciente durante el día, pero sólo al llegar la noche fingía seguir teniendo luz; lo que hacía era mostrar las sombras de los demás.
En eso recapitulé todo y pude entender que éramos los opuestos que se atraían, y que nuestro momento de cruce estaba por ocurrir, que este sueño era nuestra unión, y así lo entendí.
Era el eclipse nuestro momento más deseado por nuestros inconscientes, sol y luna unidos en un determinado momento y lugar, juntos sin importar las diferencias.
Y me di cuenta de que ya habíamos tenido un eclipse, que cuando nos conocimos hubo uno. No a gran escala, pero sí en mi corazón.
Porque el verte por primera vez significó que había conseguido una luz para mi camino largo y oscuro, porque como siempre resplandecías con una hermosa luz aunque no muchos pudieran apreciarlo.
Y ahí estábamos: vos con tu magia inconsciente y despreocupada solo sonreías y te daba igual cómo te vieran los otros, yo preocupado por hacerle bien a los otros sin un cuidado propio, despreocupado pero de mí, tratando de poder cumplir con las expectativas de los otros, de brillar cuando por dentro solía llorar.
Y el momento quedó marcado para vos y para mí. Nunca olvidaríamos que nuestros corazones eclipsaron sin que otros se dieran cuenta, porque éramos los opuestos atrayentes. Tan distintos que nos complementábamos una vez en muy largo tiempo, formando algo hermoso y único para nosotros. Y desde entonces siempre lo recuerdo cuando extraño nuestro momento, sé que va a pasar, porque “Sol y Luna estarán unidos a su momento, juntos por siempre sin importar distancia y lugar, recordemos que tarde o temprano nos vamos a encontrar”.

image_pdfimage_print