“La Matemática es una ciencia del hacer…” reza en sus primeros párrafos la introducción a los Diseños Curriculares, y debiera ser el alma máter del enfoque con el que se procure abordar esta disciplina tan resistida durante toda la historia de la humanidad, y por qué no, a lo largo de toda su geografía. Resistencia basada mayormente en un ideario colectivo que la coloca en un universo paralelo y alejado del mundanal ruido.

“Nunca me gustaron los números”, “de chiquito ya odiaba las cuentas”, “yo para los números soy un cero a la izquierda”, esas y unos cientos más son las frases que año a año resuenan como ecos del pasado y presagios del futuro, en las miles de aulas de la escuela media. Y es que para muchos -muchísimos- el lenguaje matemático es una entelequia imposible de incorporar a su vocabulario propio. Revertir ese prejuicio es la primordial tarea en la que se verán envueltos quienes pretendan comenzar a sembrar en algunas mentes vírgenes del mismo, el germen del pensamiento lógico formal, o tal vez, en uno que otro caso, despertar ese germen, a fuerza de leves, tenues y constantes riegos diarios. Para ello, el puntapié inicial debe darlo quien va a lidiar con sus particularidades, lógicamente: el estudiante. Sus intereses, curiosidades, opiniones y hasta resistencias deben ser el punto de partida de cada contenido a transitar. Desde allí, comienza el escabroso recorrido de empardar lo específico de la disciplina, con lo intuitivo y preconcebido de cada estudiante. El reconocimiento de cada uno de estos rasgos en los diversos grupos es el desafío a afrontar hoy en aquellas aulas en donde se busque lograr en los estudiantes aprendizajes significativos, situados e imperecederos.
Resolver sumas, restas y divisiones está cada día más lejos de lo que significa “aprender Matemática”. Decir frente a un dispositivo móvil “¿cuánto es trescientos cuarenta dividido quince?” es suficiente para resolver dicho cálculo. Aprender Matemática debería ser lograr pararse en un lugar diferente al cotidiano y mirar lo que ya se conoce, pero ahora desde un punto de vista diferente, que construya una realidad lógica envuelta en proporciones, relaciones y analogías a conceptos abstractos, que son explicados mediante el “conocimiento matemático”, algo que tiene que ver más con una lógica exclusiva del pensamiento que con un definido algoritmo de cálculo. Hacer Matemática es transformar los fenómenos naturales, sociales, culturales, políticos en ecuaciones, funciones, tablas, gráficos, teoremas, propiedades. Es encontrar en la simpleza de una hoja la serie de Fibonacci. Es descubrir que en cada suceso diario se encuentran presente la lógica y sus consecuencias visibles y universales. Esto permitirá predecir sucesos del futuro en todas las disciplinas, con un grado de certeza tan elevado que llegará al límite de la exactitud.
La incorporación de contenidos específicos es verdaderamente relevante, pero no agota, ni por cerca, lo que significa esencialmente “aprender Matemática”. Las fórmulas pueden olvidarse, las propiedades pueden disiparse, los Teoremas pueden esfumarse, porque hoy todo puede ser encontrado “en línea”. Lo que no puede ni debe olvidarse es esa nueva manera de mirar las cosas, la manera de aquel que ha aprendido a pensar matemáticamente.
La docencia del presente está en el centro de la palestra nacional, y no precisamente por los eximios resultados obtenidos a nivel internacional. Revertir esos guarismos requiere una intervención que aborde la problemática desde un lugar distinto, desde un lugar más familiar para el estudiante, más amigable y menos reñido con su día a día. Esa es la meta hacia donde enfilar la proa de cualquier proyecto innovador.
Así las cosas, intentar pararse frente a un curso a enseñar matemática, sin explorar previamente los intereses de los estudiantes y anclarse, a partir de allí, en lo concreto de los mismos es una empresa que fracasa casi antes de empezar. No utilizar los recursos digitales, actualmente al alcance de todos, también lleva al mismo resultado.
¿Cuál debiera ser entonces el rumbo a elegir? Sin duda el que permita desarrollar las capacidades de cada estudiante, fundado en sus propios intereses, cualidades y metas personales, dejando un poco de lado lo estrictamente técnico, para focalizarse en una nueva perspectiva matemática de la realidad.