En el mes de agosto comenzó el Nuevo Formato de Lengua y Literatura “Primero, las damas”. El proyecto se desarrolló en jornadas compartidas por los cuatros 6° años en el Anfiteatro y también con el trabajo áulico realizado por las profesoras que coordinan el proyecto: Marcela Pepe y Gabriela Rodríguez. La propuesta tuvo como eje fundamental la literatura argentina con perspectiva de género, por lo que se analizaron textos literarios y teóricos atravesados por contenidos de Educación Sexual Integral (ESI). De esta forma, el recorrido permitió acompañar el Proyecto Institucional de Educación Sexual Integral desde la perspectiva de género (IES, 2018), enriqueciendo debates en torno a los temas planteados en la Ley 26.150 de Educación Sexual Integral (2006).
Al final del recorrido, los/as estudiantes debieron elaborar un ensayo sobre literatura argentina escrita por mujeres a partir de una consigna de escritura colaborativa. Compartimos a continuación una de las producciones.
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El precio de la belleza
Autores: Bianca Arnaudo, Milagros Coronel, Taiel Pérez, Julieta Robledo y Milena Salavagione (6°B)
A lo largo del tiempo se le ha impuesto al género femenino distintas pautas con respecto a su apariencia física, la moda, la estética y la forma en la que debe utilizar y modificar su cuerpo. Desde épocas pasadas hay una idealización, objetivación y sexualización del cuerpo de la mujer y en cada momento histórico existe el modelo a seguir para llegar a ser “perfecta” o “ideal”. Estos mandatos tienen que ver con las medidas de su cuerpo, los rasgos faciales, su cabello, su vestimenta, su color de piel y todo aquello implicado a cómo se ven las mujeres al momento de salir a la calle y hasta incluso cómo se debe ver en lo privado.
El primer interrogante sobre estas pautas estéticas sería la forma en la que los modelos ideales en cada época se universalizan, es decir, cómo estos mandatos sociales llegan a influenciar en cada mujer de cada parte del mundo, jugando con el status y los cánones que se deben seguir para “pertenecer” a la sociedad y ser “aceptada”. Es tal la fuerza de la presión social, la humillación y la exclusión que estas exigencias provocan que llegan a corromper la subjetividad de las mujeres. En otras palabras, es evidente que los patrones de belleza que se inscriben en cada época son profundamente interiorizados por la mujer.
Estas formas se imponen en la sociedad en forma de canon. El canon sería “lo regular, lo establecido, lo admitido como garantía de un sistema” (Jitrik, 1998). Siguiendo al autor, el canon implica regularidades, un dominio que deben ser seguidos para imprimir una dirección que se supone adecuada, imprescindible y segura. Establece un orden estructural y, a veces, hasta incluso construye una identidad. También, Jitrik afirma que aquello que se sitúa fuera de las ordenanzas canónicas, ya sea deliberadamente o no, se denomina marginalidad. La marginalidad puede ocurrir o por rechazo decidido y consciente del canon vigente, un ejemplo de esto podrían ser las luchas feministas que luchan conscientemente contra un orden preestablecido; o también puede ocurrir por un espontáneo situarse fuera del universo legal del canon.
Siguiendo estas ideas, las mujeres a lo largo de la historia buscarían seguir y cumplir las regularidades estéticas establecidas por el canon para no formar parte de lo marginal y ser aceptadas y valoradas por la sociedad, llegando incluso a situaciones extremas, como las cirugías en la actualidad. Esa marginalidad atraviesa a las mujeres que quedan excluidas de la sociedad “canónica”, y en otros aspectos quedan al margen y vulnerables al frente de ciertas situaciones como violencia, precarización laboral, discriminación, etc. Consiguientemente, la belleza no es sólo un aspecto físico y superficial, también se interponen elementos sociales de considerable importancia para el análisis de los mandatos sociales que exigen ciertas prácticas de partes de las mujeres. Algunos de estos aspectos sociales que afectan el orden estructural canónico de belleza son: la clase social, el status, el reconocimiento, la etnicidad, la nacionalidad y el color de piel. Por lo tanto, podemos decir que la estética y los modelos de belleza, en general, están cargados de racialidad y clasismo.
A lo largo del tiempo, los cánones vigentes sobre cómo la mujer debe verse han ido cambiando o mutando, llevando muchas veces a poner en riesgo su salud mental y física.
En el siglo XIX, los estándares de belleza quedaron fijados a partir de patrones básicos de delgadez y palidez. Se idealizó la tuberculosis que provocaba ojos espumosos, mejillas sonrosadas y labios rojos, pero por sobre todo les daba a las mujeres uno de los rasgos que más se buscaban: las palidecían. Aquellas que no padecían tuberculosis seguían estrictas dietas de vinagre y agua con el objetivo de lograr una piel blanquecina.
Otra característica, con respecto al peso, que se destaca en esta época es el uso de corsés para estrechar al máximo la cintura, reducir el estómago, realzar el busto y las caderas. Esto dejaba sin aliento a muchas mujeres, provocando desmayos e incluso la muerte por deformación del tórax que acababa estrujando los órganos vitales. Este siglo se encargó de demostrar que no importa si una mujer estaba herida, padecía una enfermedad o se encontrara muerta, siempre y cuando estuviera delgada y cumpliera todas las exigencias de la época sin importar el peso de las mismas.
Ya en el siglo XX, se destacan los cánones que iban cambiando casi de década en década por los carteles publicitarios, estrellas de cine y televisión; modelos que influenciaron profundamente en los ideales establecidos a medida que avanzaba el tiempo. Los avances en el mundo de la moda iban a un ritmo acelerado, y por lo tanto, los cánones de belleza también.
A pesar de las transformaciones en las modas durante este siglo, las características más destacadas eran las altas figuras, con un gran busto y unas caderas anchas, pero una delgada cintura. Durante la primera mitad del siglo querían dar el aspecto de una mujer más recta, sin curvas pronunciadas, por lo que usaban vestidos que no fueran ajustados; sin embargo, más adelante la mujer perfecta consistía en una con cintura delgada y caderas anchas, exhibiendo su figura a través de vestidos ceñidos.
Los años 50 fueron muy importantes para el proceso de globalizar los cánones femeninos. Las mujeres de anchísimas caderas, con largas y voluptuosas piernas y pecho en abundancia son los modelos a seguir, la palidez deja de ser un canon de belleza, y ahora se pretende una piel bronceada. Lo principal a destacar de este momento es el surgimiento de la publicidad que comienza a difundir hábitos de belleza e higiene. Por ejemplo: la depilación, una imposición que persiste en la actualidad y consiste en la modificación de algo natural en el cuerpo de todos los seres humanos, los pelos.
El canon de belleza regido por los cuerpos delgados y bronceados se sigue extendiendo, surgiendo problemáticas por ese modelo de belleza casi imposible que muchas mujeres se empeñaban en seguir, arriesgando su salud en ello. En esta segunda mitad de siglo surgen enfermedades como la anorexia y la bulimia, y modelos con “cuerpos perfectos” cada vez más difíciles de imitar.
Cuando hablamos del canon de belleza en el siglo XXI, el mismo está impuesto por la televisión, las películas, las pasarelas y las redes sociales, donde vemos personas “perfectas” con un cuerpo delgado, alto, y la piel y el pelo impecables. Ante este estereotipo de belleza las mujeres resultan terriblemente afectadas, ya que están constantemente influenciadas y alentadas -por no decir obligadas- por la publicidad a ser delgadas, eternamente jóvenes y tener una cara con rasgos marcados. Esto es aprovechado por las compañías, que utilizan personas “bellas”, o sea, personas que cumplen todos los requisitos del canon, para vender los productos y hacernos pensar que si los compramos vamos a ser como aquellos/as que aparecen en los anuncios. El objetivo es vender insatisfacción, porque aceptarse a uno mismo no vende nada, y llevar a las personas a comprar todo tipo de productos y máquinas que lleven a la mejora de su apariencia física. El factor de que hay un modelo de belleza, junto con el factor de la presión social, han causado que miles de personas rechacen su apariencia y como consecuencia quieran someterse a procesos de cirugía estética, arriesgándose a posibles fallos en la operación con consecuencias como deformaciones e incluso la muerte; lo que nos lleva a retomar lo planteado en el siglo XIX: no importa la salud de la mujer mientras esta sea “bella”.
Las modelos han de disponer de unas medidas específicas que definen pecho, cintura y caderas (los famosos 90-60-90), siendo el cuerpo ideal aquel que sea voluptuoso pero obligatoriamente con panza chata.
Actualmente se encuentran en desarrollo movimientos contra las rigurosas pautas estéticas de la sociedad sobre la mujer, incitando a las mismas a aceptar su cuerpo tal cual es, con su peso, sus marcas, su color de piel, sus talles, y también con los rasgos faciales. Sin embargo, la medicina estética está jugando un papel muy relevante permitiéndole a todas aquellas personas que no estén conformes con su cuerpo, por no seguir el canon, modificarlo a gusto.
Todo esto ocurrido durante los últimos tres siglos -priorizar la belleza ante todo- produjo la desnaturalización del cuerpo de la mujer como tal, creando una imagen inalcanzable, lo que a la larga generó una división social entre mujeres de la alta sociedad las cuales podían acceder a los estándares de belleza que marcaba este canon, como cirugías estéticas, y las mujeres de baja sociedad que quedaban totalmente excluidas a todo tipo de acceso para pertenecer a al mismo.
También en esta época se destaca y comienza a aparecer el consumo masivo de productos de belleza de acuerdo a las consideraciones de “lo bello” en un espacio-tiempo determinado, de las propuestas artísticas o de la moda, que ha derivado en demandas al mercado con respecto a la figura de la mujer. Teniendo en cuenta que no todas las mujeres podían acceder a esos niveles de consumo de los productos de belleza para llegar a ese modelo ideal.
Este canon de belleza femenino se ha creado de falsas ilusiones a través de la utilización de modelos alejadas de la realidad, muy retocadas y artificiales. Se basa en una técnica comercial en donde el objetivo principal es hacerles creer a las mujeres que consumiendo todos aquellos productos los cuales “favorecen a la imagen de la mujer” pueden llegar a cumplir y encajar dentro del modelo de la mujer perfecta.
Este recorrido en los últimos tres siglos tiene como objetivo mostrar cómo los cánones se fueron modificando a lo largo de la historia contemporánea y la volatilidad característica de esos cambios. Las mujeres “deben” adaptarse a esos cambios repentinos y acelerados para lograr la aceptación, la valoración y la inclusión, generando así desigualdades sociales de todo tipo y afectando en la salud mental, emocional y física de ellas.
La influencia social que incide en las múltiples tendencias y estilos de vidas propuestos mediante este canon, modifican y se articulan de manera tal en la vida de las mujeres, imponiéndose firmemente a través de todo aquello relacionado con la implicancia de ser mujer. Si bien a lo largo de los siglos fue sufriendo transformaciones, siempre se tuvo como objetivo principal lo mismo: atravesar a la mujer mediante la imposición de un modelo inalcanzable.
Con respecto a todo lo expuesto anteriormente, a continuación vamos a ejemplificar la presencia de los cánones de belleza en la vida cotidiana a partir de la literatura. Hay cuentos, poemas y narraciones de escritoras propias de cada época en dónde se pueden apreciar la imposición de los mismos. Algunas se refieren a ellos denunciando y criticándolos por imponer restricciones a las mujeres, perjudicándolas en diversos aspectos de sus vidas y limitando su libertad. Sin embargo, en algunos se encuentran implícitos los estereotipos de la mujer, teniéndolos tan internalizados que las autoras no se dan cuentan de que los están reproduciendo.
En el cuento “La hija del mazorquero”, escrito por Juana Manuela Gorriti en 1858, podemos apreciar al personaje principal, a la hija del verdugo llamada Clemencia, a la cual se la considera bellísima y muchas veces se la compara con un ángel ya que tiene la tez blanca, el cabello rubio y los ojos azules claros (recordemos que el canon estético de esa época era ser lo más blanca posible). Por lo tanto, ya que ésta reunía todas estas características, se encontraba dentro del canon; algo que no hubiera ocurrido si ella tuviera tez oscura, una mujer negra nunca hubiera sido calificada como un ángel más bien todo lo contrario.
Siguiendo con la literatura como ejemplo, hablaremos de Mariquita Sánchez de Thompson. A pesar de ser mujer, ella se encontraba dentro de los círculos intelectuales de la elite y tenía una participación política activa, estaba posicionada en un lugar privilegiado en el que podía opinar y decidir lo cual no era “común” en esa época. Era considerada una mujer observadora, inteligente e intérprete, como así también siguiendo a Gabriela Mizraje que acompaña esta idea puntualmente atendiendo a la convicción de que
…Mariquita era la gran mujer de la primera mitad del siglo XIX que, en Argentina, expone su voz con firmeza. Propone la idea de una mujer ilustrada y patriótica como parte del comportamiento femenino de la época, creando una noción de mujer referente con una voz sólida y política que se hace oír, llegando a ser la casa de ésta el lugar dónde se daban las más importantes reuniones de índole político. A través de sus escritos, reconocemos a una mujer que radica lo esencial de su tiempo, destacando lo fundamental de sus pensamientos… (Mizraje, 2000).
Por otra parte, reconocemos la legitimación y naturalización de la desigualdad de género impuesta por la ideología patriarcal de la época. Se basa en la estructura dualista de la sociedad en donde predomina la dicotomía de lo “privado vs. lo público”. Mariquita que se vincula desde esta perspectiva en ese mundo de lo público (de lo político) desde un plano sumamente transgresor para su tiempo. Su ámbito público/privado se concilian con una pretensión de transformación en las costumbres, buscando con ello el bien común de la república.
Como antagonía a Mariquita Sánchez tenemos a Alfonsina Storni, escritora que se encontraba en una situación de marginalidad por características que la llevaban a posicionarse fuera del canon. Storni, escritora cuyos textos citaremos a continuación, se encarga de darle otra mirada a sus escritos, intentando luchar contra las desventajas y discriminaciones de las mujeres y por la imposición de los cánones en ellas; algo que no le sucedía a los hombres. Esto puede verse en diversos fragmentos de sus poemas donde habla con ironía y muestra su descontento.
“Nací yo sin blancura; pequeña todavía el pequeño cerebro se puso a combinar; cuenta mi provee madre que, como comprendía, yo aprendí temprano la ciencia de llorar”; “Les llevo una ventaja que place a mi conciencia; los sueños que ellas tejen no los supe tejer …” (Storni, A. 1938). En expresiones como estas podemos ver que Storni sabe y siente que no entra en el canon del resto de las mujeres, que no cumple ninguna de las pautas impuestas por la sociedad, lo que la hizo desde temprana edad sufrir y llorar, lo que nos permite ver nuevamente como los cánones afectan negativamente la vida de las mujeres.
“Tú que hubiste todas las copas a mano, de frutos y mieles los labios morados”; “Tú que el esqueleto conservas intacto no sé todavía por cuáles milagros, me pretendes blanca, me pretendes casta, ¡me pretendes alba!”, (Storni, A. 1938). No hay palabras más claras que nos permitan ver los estereotipos a seguir que tenían las mujeres y que los hombres no tenían que seguir. No existía ningún tipo de igualdad de libertades entre ambos géneros. Aquellas que no siguieran las órdenes eran desvalorizadas y maltratadas, sin embargo, los hombres podían hacer todo aquello que quisieran sin medir sus acciones ya que no les llegaban las mismas consecuencias por ello.
La diferencia ideológica entre estas dos autoras pueden no ser muy grandes, sin embargo, lo que esencialmente las hace distintas y hace que una tenga voz y opinión más válida que la otra es la pertenencia o no a ámbitos considerados relevantes y prioritarios.
Finalmente, es evidente que la lucha contra el patriarcado, el machismo y la misoginia no es una lucha fácil y las desigualdades e imposiciones que afectan únicamente a la mujer continúan existiendo. La mujer desde el principio de los tiempos estuvo subsumida a una inferioridad sin sentido que la dejó en la posición de tener que luchar por derechos que los hombres disfrutaban plácidamente desde siempre. Y con lo que respecta al tema en cuestión, la belleza y la estética no solo que lograron imponerse en la subjetividad de muchas mujeres llevándolas a hábitos perjudiciales y enfermos; sino que también logró afianzar la objetivación y sexualización del cuerpo femenino, lo cual sigue predominado ampliamente hasta la actualidad. Ese constante creer que las mujeres son un objeto sexual permeable y débil ante las demandas y necesidades del hombre.
Todos los cánones que se refieren a la apariencia de las mujeres siguen sumando características generalmente imposibles de alcanzar para el sexo femenino, llevan a inseguridades, a la insalubridad y a una búsqueda constante de la ridícula “perfección” inexistente. Si bien los métodos para lograr una belleza perfecta y encajar en el canón han variado a través de los siglos, la intención sigue siendo la misma, ser socialmente aceptada. Así, la parte femenina de la sociedad va a hacer lo que sea que la sociedad le exija para poder ser aceptada e incluida en distintos aspectos de la vida pública -como el trabajo, el estudio, la política- y no ser marginalizada y expuesta a situaciones de violencia y discriminación, impidiéndole realizar lo que quiera con libertad y seguridad.
También es muy importante destacar que, como pudimos ver en los ejemplos de las escritoras, los cánones no siempre se encuentran explícitos y obvios, como en la publicidad, sino que si nos ponemos a analizar aspectos del día a día podremos evidenciar con claridad las imposiciones sociales naturalizadas e intrínsecas en la vida cotidiana.
Sin embargo, se podría decir también que en los últimos tres siglos los movimientos feministas lograron grandes reivindicaciones con respecto a las problemáticas que conciernen a la mujer, como la brecha salarial y la equidad laboral. Y consecuentemente, poder hacer posible una vida en igualdad de condiciones para todas las personas, sin distinguir ni clase, ni etnia, ni género, ni apariencia y así hacer desaparecer las clasificaciones despectivas que generan cada vez más inequidad.