Siempre me hago esta pregunta, desde que me inicié en esta actividad física me lo pregunto todo el tiempo, especialmente durante o después de un duro entrenamiento que me costó particularmente y cuando mi cuerpo pide a gritos que pare.
La respuesta es simple: corro porque me gusta, corro porque me hace feliz. Me gusta sentir el viento en la cara, la gota de transpiración corriendo por mi espalda, el dolor en las piernas, el ritmo de mi corazón, la respiración agitada, el cansancio satisfactorio después de hacer varios kilómetros, el sol de la mañana temprano en verano y el frío en las noches de invierno, el ruido de las suelas de mis zapatillas en el asfalto y el sonido de las piedritas al caer si estoy en la montaña. Me encanta correr bajo la lluvia e inhalar con ganas el aire puro y húmedo que entra a mis pulmones, me encanta correr bajo la luz de la luna llena, me encanta correr mientras veo un hermoso atardecer en la costanera de mi ciudad, me encanta correr aspirando el aire de primavera plagado del perfume de las flores de los tilos y paraísos. Me encanta correr.
Corro porque me desestresa; me conecta conmigo misma; me ayuda a aclarar mi mente; me mantiene en forma, vital y activa, me hace bien en todos los sentidos posibles; me desafía; me cura; me sana; me invita a superarme a mí misma cada día; me llena de satisfacciones cada vez que alcanzo un objetivo o una meta que me fijé.
Correr me enseñó a conocer más mi ciudad; a disfrutar el paisaje con otros ojos; a ser perseverante; a tener paciencia porque las lesiones sólo se superan con rehabilitación, cuidado y tiempo si querés seguir corriendo (pasé un año en recuperación luego de fracturarme la cadera izquierda en una carrera de montaña). Me enseñó de tiempos, ritmos y distancias; que no hay imposibles si trabajás duro; que los objetivos se alcanzan con esfuerzo, voluntad y constancia; me enseñó solidaridad porque si hay que aflojar el ritmo para seguir junto a un compañero que se quedó rezagado, se hace y punto; me enseñó a compartir, desde el vaso con bebida deportiva o agua para hidratarnos hasta la información actualizada de las últimas carreras y las metas próximas.
Empecé a correr porque una amiga me invitó a su grupo de entrenamiento, yo venía cansada de probar diferentes actividades, me había hartado del encierro y el olor a transpiración de los gimnasios y me sentía frustrada por mi falta de coordinación para bailar y seguir una coreografía. Las clases de baile y las pesas no eran lo mío. El primer día de entrenamiento sólo pude correr 300 mts, el resto de la vuelta de 600 la hice caminando con los pulmones a punto de estallar. Pensé con frustración: “esto tampoco es para mí”. Volví a la clase siguiente -todavía no sé por qué- ni siquiera podía bajarme del auto por el dolor en las piernas, pero, como decía mi mamá: a porfiada no me van a ganar… y lo seguí intentando.
Hoy, al momento de terminar de escribir estas palabras, me siento orgullosa de mis logros, acabo de cumplir un objetivo que me había fijado para este año: correr una media maratón de calle. Fueron 21 km de disfrute y alegría. Realmente me siento excelente, satisfecha de alcanzar metas aunque para lograrlas éstas demanden mucho esfuerzo y disciplina.
Ahora tengo un sueño: correr la maratón de Nueva York, 42 km y 195 mts. de pura adrenalina… y sé que algún día lo cumpliré.