¿Por qué elegir una carrera docente?

Año tras año me pregunto qué anima a las jóvenes a seguir una carrera docente. Y lo hago por cuanto la docencia, pese a que tanto se declama sobre la importancia de la educación, es una de las profesiones más denostadas. Basten algunos ejemplos: en muchas de las provincias el salario docente se encuentra debajo de la línea de pobreza; para lograr cada acuerdo paritario los docentes deben adherir como mínimo a dos días de paro; las condiciones en las que tanto docentes como estudiantes ejercen su tarea distan bastante de ser óptimas, incluso agradables: más de treinta estudiantes por aula, material didáctico escaso o inasequible, entornos edilicios deteriorados, etc.; existe el prejuicio entre las capas medias y altas de la sociedad de que quienes ejercen la docencia primaria y secundaria lo hacen porque no alcanzan a desempeñarse en otra profesión mejor considerada y/o remunerada; sin contar con la ayuda de miles de videos que inundan las redes sociales ridiculizando a quienes se dedican a la enseñanza.

Una respuesta fácil a esta pregunta es acudir al concepto de vocación: una supuesta inclinación por algo para lo que uno está particularmente dotado. Por un lado, descreo de que estemos dotados para una tarea en particular, algo así como el sanmartiniano apotegma de que “serás lo que debas ser o si no, no serás nada”. Entiendo que somos seres pluridotados, esto es, valemos para más de una tarea y somos poco hábiles para más de otras tantas. Por otro lado, me inclino más a pensar que enseñar es parte constitutiva de ser humano, aprendemos en tanto alguien (el entorno familiar o social) nos enseña, ya sea por una particular dedicación, por el solo ejemplo o por el mero hecho de estar allí, por ser vistos por otro y canalizar su curiosidad. Ser docente es la especialización profesional de esa parte constitutiva nuestra. Nuevamente la pregunta, ¿por qué alguien querría profesionalizarse en esta actividad?
Ensayemos una segunda respuesta: alguien, en el extenso trayecto de nuestra escolarización obligatoria, nos hizo ver que esa tarea podía hacerse con gusto, inclusive con pasión. ¿Qué encontró apasionante en la docencia esa alguien? Dos simples cosas: el objeto que enseña y el sujeto a quien enseña. El objeto porque, cualquiera sea este, es susceptible de ser aprehendido y además cuestionado. Porque los objetos de enseñanza no son parte del mundo, sino las representaciones y abstracciones que se hacen de él; son particulares miradas que reorganizan nuestras concepciones con fines didácticos, pues están diseñados para exponer (aprender y enseñar) un mundo más allá de nuestros sentidos y del sentido común. Y esa comprensión del mundo permite cambiar, otra vez, nuestra mirada. Cómo no apasionarse por la posibilidad de abordar construcciones que nos permiten inteligir el mundo. Esa intelección y la posibilidad crítica son lo que la docente pretende provocar en los estudiantes con los que interactúa. Para ello tiene que motivar la innata curiosidad de ellos a partir de la propia; debe cuestionar y hacer cuestionar las certezas que los rodean; y así, lograr nuevas miradas que tal vez devengan nuevos objetos que redescriban lo ya descrito. Tal vez el secreto para esto sea que la docente se identifique con los estudiantes en un intercambio empático con ellos. Ese intercambio nos cambia como estudiantes y nos cambia como docentes. Cómo no apasionarse por la posibilidad de cambiar, y de cambiar a otros a través del conocimiento.
Existe también una tercera posibilidad de respuesta, la política. Simplificando un poco, si entendemos como políticas las decisiones y prácticas orientadas ideológicamente, un sistema educativo es el fruto de una decisión política trascendente en una sociedad, producto de las tensiones ideológicas que disputan la interpretación de dicha sociedad, de su historia y su conformación futura. A nivel individual, hacer docencia es también una ideológicamente implícita decisión y práctica políticas. Es ser parte del sistema educativo y, a la vez, ejercer la facultad de disputar con este en la tarea cotidiana. Si, en tanto representación, la mirada crea el objeto como bien explicaba De Saussure[1], el docente tiene la posibilidad única de reformulación de los objetos de enseñanza y sus didácticas en el ejercicio crítico de su praxis, y con ellos forjar nuevas miradas y mundos posibles que desafíen lo estatuido, lo anquilosado. Será esta su acción política personal, pero a su vez parte de una sumatoria de voluntades que lo definen como integrante de una comunidad. Desde esta perspectiva, la elección de la profesión docente adquiere una dimensión social que excede la transmisión de saberes para convertirse en una verdadera herramienta de cambio.

La formación docente debe dar carnadura a las dos últimas respuestas bosquejadas arriba. Una de sus principales funciones, entonces, es derribar, al decir de Bachelard[2], obstáculos epistemológicos tales como los conocimientos previos, incorporados en la socialización y escolarización, con que los alumnos inician su carrera. Otra, desbaratar la rémora de concepciones utilitarias que obturan la posibilidad de indagación no pragmática, de búsqueda de las imprescindibles miradas críticas que tan vacuamente se declaman y reclaman. La formación docente debe ser inquisidora, fisgona e impertinente; debe buscar y hacer buscar tanto respuestas a lo desconocido como preguntas a todo aquello que por conocido y habitual se torna invisible como las calles de Buenos Aires en el poema “Las Calles” de Jorge Luis Borges. La formación docente debe hacer explícitos los contenidos ideológicos tanto del diseño curricular como de las unidades que lo conforman; debe dar sentido político a sus prácticas. En suma, debe construir la nueva mirada de aquellas que  ayudarán a cambiar a las personas y así constituirse en la herramienta profesional para que ese cambio personal devenga social. Tal vez así la pregunta inicial no tenga sentido de ser formulada.

Nota aclaratoria: El presente artículo fue escrito priorizando en las referencias a docentes el género gramatical femenino que, aunque no resulte todo lo inclusivo que se desea, es mayoritario en el presente del colectivo docente. Por otro lado, personalmente me es engorroso utilizar lenguaje inclusivo por lo que en el resto de las referencias utilizo el masculino genérico. 

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Nota de la editora: El Instituto de Formación Docente es una de las escuelas del IESS. Las carreras que se dictan son: Profesorado de Educación Inicial (duración 4 años), Profesorado de Educación Primaria (duración 4 años), y Profesorado de Educación Secundaria en Lengua y Literatura (duración 4 años). Inscripciones abiertas.


[1] De Saussure, Ferdinand (1989). Curso de lingüística general. Barcelona: Planeta.

[2] Bachelard, Gastón (1981). La formación del espíritu científico. México: Siglo XXI.

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