El 2020 tuvo para el IES, como para el resto de las escuelas, desafíos de lo más variados, sorpresas, incertidumbres, obstáculos pero por sobre todas las cosas mucho empuje, mucha garra, muchas ganas de “encontrarle la vuelta”. Así fue que fuimos pergeñando una forma de acercarnos a nuestros estudiantes de Sexto año para poder despedirlos. Llegaban las noches y nos encontraban en charlas telefónicas que parecían no terminar, buscando la forma de acercarnos y darles un último abrazo simbólico, virtual, distanciado, con barbijo, un abrazo sin abrazos. Acercarnos, pero sin pantallas de por medio, sin micrófonos, sin Meet, sin Zoom, fue la premisa.
Días previos
Andábamos allá por diciembre, cuando la Directora, Viviana Postay, y quien suscribe nos preparábamos para un verdadero periplo. Se nos había ocurrido (¡vaya ocurrencia!) ir casa por casa, puerta por puerta para entregarle a cada estudiante de nuestros cuatro Sextos años, su diploma, su medalla, entregarles en mano, su egreso. Pero es sabido que entre el dicho y el hecho… hay mucho trecho. Y en este caso, este refrán no podría haberse ajustado más a la realidad… 128 puertas, tres jornadas completas y un recorrido que incluyó zonas tan distantes como Carlos Paz (con todos, o casi todos sus barrios), Carlos Paz Sierras, San Nicolás, Cabalango, San Miguel, Villa Parque Siquiman, Estancia Vieja, Villa Santa Cruz del Lago (y seguro que me estoy olvidando de algunos lugares).
Día 1: miércoles 9 de diciembre
Desde muy temprano nos preparábamos para comenzar nuestro primer día de entregas “puerta a puerta”. Nuestro plan era partir temprano, por la mañana, pero, como reza una famosa Ley de Murphy, “si algo puede salir mal…”, así que nuestro periplo, que, con mucho optimismo habíamos planeado comenzar a media mañana, (una vez organizados los diplomas, las medallas, las tarjetitas) tuvo algunos tropiezos de logística (no llegaban las medallas que acompañarían cada diploma) y recién salimos cerca de las 14 hs. con una gran caja con los diplomas, las medallas, unos muffins, a modo de presente y todo nuestro entusiasmo dispuesto para emprender la tarea.
La siesta en Córdoba, y más si es siesta estival, está hecha para refugiarse del calor a la sombra de algún árbol generoso o de un aire acondicionado potente. Nosotras salimos en esa siesta tórrida a recorrer Villa Domínguez, Barrio La Cuesta, Santa Rita, José Muñoz, y San Nicolás, entre otros. Ese día finalizó cerca de las 20 hs. cuando ya habían comenzado a mezclársenos las hojas de ruta, los nombres de los y las estudiantes y había mucho cansancio y otra jornada por delante a la mañana siguiente.
Día 2: jueves 10 de diciembre
Esta vez sí, comenzamos tempranito. Ya a las 08.30 hs andábamos completando la hoja de ruta del día anterior y comenzábamos una nueva que nos llevaría por Barrio La Quinta, Colinas, el Fantasio… Luego, por la tarde, anduvimos Cárcano arriba por Barrio El Canal, Sol y Río, Playas de Oro, Villa del Río, etc. A eso de las 18 hs., cerca de Icho Cruz, nuestra voluntad flaqueaba y en más de una oportunidad miramos con una envidia (nada sana) a la gente que disfrutaba del río que a esa hora se nos ofrecía en unos tonos dorados que hacían confundir el agua y la arena. Nos faltaba el mate, (los muffins, si nuestra voluntad no resistía, serían la merienda). Pero soportamos la tentación y como a las 20 hs. estábamos terminando de entregar el último diploma de ese día. Con muffin incluido.
Día 3: viernes 11 de diciembre
Último día de la semana, último día de reparto. Última hoja de ruta que esta vez nos iba a llevar por San Miguel, Villa Parque Siquiman, Estancia Vieja, Villa Santa Cruz del Lago. También recorrimos, ya de regreso, Villa Suiza, Becciuu, Villa del Lago, Carlos Paz Sierras, Centro Oeste y seguramente algunas zonas más que podemos haber olvidado.
Lo que nos dejó el periplo…
Un capítulo aparte merecen las veces que nos perdimos (aún con GPS) o por su culpa (siempre está bueno echarle la culpa a la tecnología). Las hojas de ruta que se nos mezclaban entre diplomas, medallas, muffins, lapiceras, nuestras carteras, botellas con agua, etc. ¡Cómo olvidar cuando nos parábamos en mitad de la calle para gritar a viva voz el nombre de la alumna o el alumno en cuestión, rogando ver asomar su rostro por alguna puerta!
Tampoco olvidaremos cuando finalmente sucedía el encuentro y entre barbijos y emoción, agitábamos las manos, abríamos grandes los ojos hasta que se nos notara la sonrisa oculta y entregábamos en ese diploma, en esos presentes, todo lo no vivido, todo lo pendiente. Entregábamos el corazón. ¡Cómo olvidar cuando bajo ese sol de diciembre, las familias nos ofrecían un vaso de agua fresca y nos regalaban su alegría y su agradecimiento!
Pero en esta travesía no estuvimos solas. Un enorme agradecimiento a todos los que nos ayudaron. Y en especial a los preceptores, unos verdaderos copilotos que en tiempo real hacían de nexo entre los chicos y chicas y nosotras para que el encuentro sucediera.
Vamos a decir algo ya sabido: hay experiencias que marcan más que otras. Hay vivencias que son bisagras y otras que se nos mezclan y confunden hasta que se diluyen en olvidos.
Algo que no sabíamos ni imaginábamos: que esta idea que se fue gestando hasta materializarse en tres jornadas arduas de trabajo y emoción es de esas que van a permanecer en nuestra memoria. Tengo la certeza de que dentro de muuucho tiempo, será un recuerdo de esos que se comparten infinitamente. De esos que aparecen en las veladas entre amigos y se narran y reviven “hasta que las velas no ardan”…