Día Internacional del libro: heredar la lectura

Escribir para una efemérides nos coloca siempre ante la actitud oscilante de escribir haciendo foco en el pasado, viajar hacia el origen de la efemérides, y simplemente recordarla, o pensar la fecha en cuestión colocada en el presente y/o en el futuro, lo que nos sitúa, inevitablemente en el territorio de la reflexión.

Este movimiento de péndulo en el caso del Día internacional del libro es casi una provocación al cliché. Cliché que se hace carne en un lamento si miramos hacia el pasado en un anhelo infinito de aquello que el libro fue y ya no es; o mirada adusta y apocalíptica si miramos el presente buscando ávidamente bibliotecas con cientos de volúmenes de tapas gruesas y lectores contemplativos y absortos dejándose llevar gozosamente por ríos de tinta y de ficción.

Ahora bien, debemos decir que el Día internacional del libro se celebra el 23 de abril ya que ese día, en 1616, fallecieron tres grandes referentes de la literatura universal: Miguel de Cervantes Saavedra, William Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega. No obstante, y más allá del dato preciso que motiva esta efemérides, la cuestión que se juega en la conmemoración de fechas como esta, es siempre simbólica.

Y en ese plano de lo simbólico se suelen dar luchas, de tanto en tanto, que se renuevan sin muchas diferencias, repitiendo como si de un mantra se tratara, las mismas ideas. ¿Cuántas veces se ha proclamado la importancia de la lectura? ¿Cuántas veces se ha vaticinado la muerte del libro? ¿Cuántas veces la literatura ha visitado imágenes apocalípticas y futuros distópicos en los que el principal amenazado es el libro? ¿Qué podría decirnos hoy Umberto Eco a quien tantas veces se le preguntó sobre la supuesta muerte del libro? ¿Qué nos diría Ray Bradbury –quien hizo de la ciencia ficción una verdadera poesía– si pudiera reflexionar sobre los bomberos de su novela Fahrenheit 451 en estos actuales tiempos de pantallas, y de lecturas fragmentadas?

Resulta evidente que el libro, como objeto cultural y simbólico, siempre renueva preocupaciones, discursos, defensas o supuestas indiferencias. Pero allí está, gritándonos que, mucho más allá de su contenido, su valor se yergue por lo que en sí mismo significa y representa. Representa cultura, conocimiento, resistencia, trinchera, pensamiento crítico y reflexivo, eso de lo que tanto hablamos los docentes y que puebla planificaciones, proyectos y charlas en las salas de profes.

Pensar en el Día internacional del libro si habitamos la escuela, si por ejemplo somos docentes y recorremos pasillos, aulas y bibliotecas no puede dejarnos inmóviles. En el día del libro casi podríamos encarnar esos hombres–libro de Bradbury. Hombres y mujeres–libro, pasadores del saber. Mientras pienso en estas imágenes no puedo dejar de recordar a Jean Hébrard (1993) quien nos dice que para la sociología de las prácticas culturales, la lectura (en un sentido amplio) es un arte de hacer que se hereda más de lo que se aprende. Dicho de otro modo, para este autor, aquellos que como adultos tienen el hábito de la lectura, es más probable que lo hayan heredado de su entorno inmediato a que lo haya aprendido y aprehendido en la escuela.

El desafío, una vez más, es hacer de la escuela una comunidad de lectores y escritores que atraviese asignaturas, docentes y alumnos para que la escuela también sea un lugar en el cual heredar la lectura y los alumnos sean los nuevos herederos de una vez más, y siempre, el libro.  

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