Mónica Merlo y su historia con sus “hijos de cuatro patas”

Para celebrar el Día del Animal, nada mejor que conocer una historia de vida atravesada por el amor hacia las mascotas. Mónica Merlo se identifica como una amante de los perros, y en unos poco recortes de su historia se puede ver ese amor que estuvo siempre en su familia.

La historia de Mónica con sus “hijos de cuatro patas” empezó en el año 1983, cuando ella y  su marido formaron una familia. A partir de ese momento, incluso antes de tener a sus hijos, siempre tuvieron un perro, a veces hasta tres. La primera fue Jenny, que fue sacada de un refugio, y vivió con ellos durante trece años: “Fue espectacular, era divina. Todavía no tenía hijos y ella era como mi hija, la llevábamos a todos lados”, recuerda.

Al poco tiempo, una migo les regaló una perra del criadero de Gendarmería, una manto negro a la que llamaron Blackie. Durante varios años tuvieron a las dos, de manera que sus hijos se criaron con ellas desde que eran bebés, y se mantuvieron fieles a la familia hasta el día que fallecieron. El dolor por la partida de las dos perras, llevaron a que la familia decidiera no tener más “hijos de cuatro patas”.

Sin embargo, el deseo del hijo menor de la familia fue más fuerte. En aquel momento, el hijo menor de Mónica tenía cinco años y quería con toda su alma tener un compañero, ya que sus hermanos eran bastante más grandes. Fue así que llegó Bruno, un bóxer que fue el único perro que compró la familia. Hasta el día de hoy, Mónica recuerda aquel día con claridad: “Fuimos a la veterinaria de un amigo. Bruno estaba en una jaulita y fue amor a primera vista, mi hijo se enamoró y lo trajimos a casa. Bruno fue un perro maravilloso, y me emociono al pensarlo porque es imposible no recordarlo”. Cuando Bruno tenía diez meses, se sumó a la casa Luna, otra bóxer que estaba perdida en la calle. Intentaron encontrar a sus dueños, poniendo avisos y preguntando a los vecinos, pero la familia advirtió que era una perra maltratada, ya que estaba muy delgada y con una soga marcada en el cuello. A los poco días la familia decidió adoptarla para que forme pareja con Bruno.

Después de un año, Bruno y Luna tuvieron seis cachorros de bóxer: “Nos hubiéramos quedado con todos, pero era imposible quedarnos con ocho perros en casa, así que decidimos quedarnos con uno nomás, con Arturo”. La voz de Mónica se llena de alegría al describir a Arturo, y no puede evitar transmitir algo de tristeza al recordar su partida: “Nos enteramos que Luna tenía una enfermedad neurológica genética, que se la debe haber pasado a su hijo. Primero murió Arturo y después Luna, el año pasado. No quisimos una eutanasia. Decidimos que, por todo lo que ella nos había dado a nosotros, la íbamos a cuidar hasta el último minuto de su vida”.

Con la partida de Luna, Mónica decidió con más firmeza todavía no volver a adoptar un “hijo de cuatro patas”, pero…

El año pasado, la casa y el corazón de Mónica volvieron a cambiar. Cerca de su casa había un grupo de perros callejeros, que eran cuidados por los vecinos. Solían tener alimentos y hasta unas casitas improvisadas para refugiarse de las lluvias y del frío. Entre ellos había uno que se destacaba por ser más chiquito, y por no poder competir con el resto para conseguir comida. El marido de Mónica lo vio un día malherido por una pelea con los demás perros y volvió a contárselo: “Le dije que no quería más perros en mi vida y me llevó a verlo. Era julio del año pasado, hacía un frío tremendo. Cuando llegamos, estaba ahí, en  su cajita a la intemperie y me partió el alma”. Pero pese a las ganas de llevarlo a su casa, el perro no quiso subirse al auto por miedo. El marido de Mónica volvió en varias ocasiones para llevarlo pero no hubo caso. Finalmente uno de sus hijos fue más determinante, lo alzó y lo llevó a su casa: fue el primer día de Simón en la familia de Mónica.

Inmediatamente empezaron los cuidados recomendados: “Lo primero que hicimos fue bañarlo, llamamos al veterinario y le pusimos las vacunas. El veterinario dijo que tendría entre 3 o 4 años, y así empezó el proceso de adaptación”. Simón se escapó un par de veces hacia donde estaba el grupo de perros callejeros, pero nunca más volvió a irse “Es un negro divino que se adueñó de nuestros corazones por completo. Es uno más de la familia y nos devolvió la felicidad de tener un ‘hijo de cuatro patas’ en casa.”. El temor de Simón hoy es irse de su casa, de manera que está casi todo el tiempo adentro: “No sale ni al patio. La gente que conoce de comportamiento de animales nos dijo que teme perder su casa, porque posiblemente haya sido abandonado”.

Mónica terminó de contar la historia de sus “hijos de cuatro patas” muy emocionada. Por eso fue inevitable que subrayara la importancia de la adaptación de animales que no tienen hogar: “Simón nos dejó una enseñanza tremenda sobre la compra de perros de raza, hay tantos perros en la calle. Cuando salimos, lo vemos a él en cada callejero que anda buscando comida y cariño”. Esa enseñanza que Simón le deja a Mónica, nos la deja a ahora a los lectores.

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