Hace unos días le llamé la atención a un alumno en clase presencial porque no había revisado el aula virtual y no tenía disponibles ni la bibliografía ni las actividades, y cuando quise dialogar con él al respecto me respondió “es que soy adolescente, profe”.
La cuestión es que no ha sido la primera vez que me responden tal cosa cuando pregunto sobre las causas de las tareas atrasadas o sobre ciertos comportamientos específicos que incluyen un abanico tan amplio que va desde no haber estudiado para una evaluación hasta la rotura de algún mobiliario escolar. La recurrencia de esta respuesta, esto es, evocar el “ser adolescente” como una esencia que estaría obturando reflexiones ulteriores sobre el hacer y el decir, me ha provocado un conjunto de reflexiones que quisiera compartir con ustedes.

Un error que suele cometerse a menudo es considerar que la adolescencia existió desde siempre. La adolescencia, del mismo modo que sucede con la niñez, es una construcción histórico cultural situada que toma la forma que hoy conocemos en el siglo XX . Antes de ese momento, los niños se incorporaban rápidamente y sin demasiada transición al mundo de los adultos. Expliquemos un poco más estas afirmaciones: si uno se remonta, por elegir algún periodo histórico al azar, a la Inglaterra de la Revolución Industrial en el siglo XIX, allí no había adolescentes: o se era chico o se era grande. Y si se era grande la persona ya estaba inmersa en una estructura productiva asociada al mundo del trabajo (era obrero en la fábrica, por ejemplo) o de la familia (había comenzado reproducirse y/o parir). Charles Dickens ilustró con maestría inédita esta situación: chicos de trece o catorce años que están sometidos a tomas de decisión propias de los adultos, donde hasta robar un pan por hambre deviene en un proceso judicial durante el cual el jovenzuelo es tratado como todo un señor grande a quien se somete a interrogatorios inverosímiles e idénticos a los utilizados para los mayores.
La adolescencia también es una cuestión de clase. ¿De qué adolescencia podemos hablar en un contexto socioeconómico vulnerable, donde el niño desescolarizado está vendiendo rosas en bares a la medianoche desde su más tierna infancia? Goethe ya lo proclamaba cuando afirmaba, en el siglo XVIII, que la adolescencia era un privilegio de la burguesía.

Avanzando el siglo XX, y muy particularmente en su segunda mitad cuando se comienzan a incorporar más y más estudiantes a ese nivel educativo antes considerado como exclusivo de la élite, esto es, la escuela secundaria, las clases medias consensuaron una moratoria social para sus jóvenes. Esta moratoria social implica que hay un periodo en la vida durante el cual se tolera una “improductividad social”: el sujeto no se encuentra inserto en el mundo del trabajo ni en el de la reproducción (se entiende que no debe ser ni padre ni madre), ni tampoco está a cargo del mantenimiento de un hogar propio. El objetivo de esta tolerancia es utilizar ese tiempo para formarse y estudiar con destino a un futuro mejor (individual y/o social)*.
Excede a la pretensión de este artículo realizar un recorrido etimológico alrededor del término “adolescencia”, pero afirmaremos que las pedagogías psicológicas mucho tuvieron que ver con la concepción de adolescencia que hoy hemos naturalizado. Una deriva incorrecta de la adolescencia como cuestión psi es una pésima etimología lamentablemente muy difundida que entiende que adolescencia deriva de adolecer (y no de crecer, como es realmente) y que, por lo tanto, adolescencia tendría que ver necesariamente con el sufrimiento, con el dolor**.
Si las pedagogías psicológicas otorgaron un marco disciplinar legitimante, el mercado terminó por definir los rasgos de este periodo. Al sujeto que adolece debía otorgársele un tratamiento de permanente euforia, y nada mejor para dicha euforia que boliche, ropa, droga, fiesta, promiscuidad sexual y rituales carísimos como los quince, la cena de egresados o el viaje a Bariloche.

¿Qué pasa cuando el adolescente siente que su mundo ha terminado porque las restricciones por pandemia impiden la realización de una cena de egresados o un viaje de fin de curso? ¿Y si no es por pandemia, sino por motivos económicos de la familia? ¿Qué sucede cuando un chico o chica no puede comprar una marca de ropa para adolescentes y es estigmatizado por ello? ¿Qué implica para las jóvenes generaciones que se cristalice un significado de adolescencia como sujeto naturalmente reacio al conocimiento, al aprendizaje, porque está en otra? ¿A quién favorece la realización de fiestas clandestinas que se llenan de adolescentes que no pueden ir al boliche y buscan desesperadamente instancias sociales de reemplazo porque si no no pueden ser? ¿Y quiénes son los dueños de casas particulares que las alquilan para las famosas previas, donde fuera de todo marco legal se permiten consumos peligrosos de diverso tenor que ponen en riesgo la salud de nuestros chicos y chicas?
La conclusión es sencilla: si la adolescencia es una construcción cultural, otros significados son posibles. Los educadores no podemos ser reproductores inconscientes de los significados que venimos describiendo, menos aún observadores pasivos. La puerta de entrada a la resignificación de esta identidad adolescente tan pegada a las necesidades del mercado es cuestionar esta construcción histórica, desnaturalizarla y volver a empezar desde el principio, pensando qué adolescencia queremos para una sociedad más sana, más activa y más consciente, una adolescencia como instancia central de la formación para el ejercicio de una ciudadanía responsable.
Bibliografía de referencia
García Suárez, C. I. y Parada Rico, A. (2018) “‘Construcción de adolescencia’: una concepción histórica y social inserta en las políticas públicas”. Universitas Humanística, 85, 347-373. https://doi.org/10.11144/Javeriana.uh85.cach
Lutereau, Luciano (2019) Esos raros adolescentes nuevos. Narcisistas, desafiantes, hiperconectados. Buenos Aires. Paidós.
Pineau, Pablo (2008) La educación como derecho. Extracto disponible en https://www.incasup.edu.ar/anexos/ei_anexoeje3_la_educacion_como_derecho.pdf
Varela J. y Álvarez Uría F. (1997) “Categorías espacio temporales y socialización escolar: del individualismo al narcisismo”. En J. Varela y F. Álvarez Uría, Genealogía y sociología. El Cielo Por Asalto. Buenos Aires.
Notas
* Varios especialistas han demostrado que, hace ya algunas décadas, la adolescencia se ha extendido hasta los treinta años, encontrándose cada vez más jóvenes solteros que permanecen en las casas de sus padres con carreras universitarias inconclusas, sin involucrarse en el cuidado del hogar ni en actividades remuneradas que aporten a los gastos de la casa.
**Desmontar estas etimologías falsas es un trabajo necesario en educación porque construyen sentidos que vehiculizan ciertas prácticas y obturan otras. Sucede lo mismo con el error que comenten muchos docentes al rechazar el concepto de alumno porque remitiría a un ser sin luz, cuando en realidad la etimología verdadera nos habla de alguien que nutre y es nutrido (en el sentido de alimentar y alimentarse).