Las/os adolescentes en tiempos de pandemia

Como integrantes del Equipo de Orientación de distintas escuelas del Nivel Medio, nos interesa analizar aspectos emocionales de las y los adolescentes en este contexto de pandemia y confinamiento social.  Acontecimiento que nos ha obligado a todos a tener que modificar nuestros hábitos cotidianos, los laborales, esparcimientos y puntualmente, en nuestros estudiantes, sus hábitos escolares de aprendizaje y socialización. 

¿Qué señales nos dan a diario las/os adolescentes?

Manifiestan un marcado desaliento, aburrimiento, apatía, silencios, aparente irresponsabilidad del cuidado propio y de los demás (no usar el barbijo, organizar y asistir a fiestas, no respetar las restricciones), resonando una y otra vez, un estado que se nombra como “encierro”.

¿Estas señales son pura manifestación de la rebeldía propia de los adolescentes, o más bien podrían ser escuchadas e interpretadas como genuinas expresiones de situaciones que atraviesa el psiquismo de nuestros jóvenes, incertidumbres, ansiedades, miedos y angustias?

Es necesario puntualizar que en la adolescencia se producen transformaciones a nivel pulsional, del cuerpo, identificatorias, de los vínculos y de la sexualidad. Esta etapa se caracteriza por un momento de separación de las figuras parentales y un anhelo del  armado de un proyecto personal. Los vínculos con los pares y otros, externos a la familia, son imprescindibles para poder transitar esta etapa, pues la identificación con el grupo de pares contribuye al desarrollo identitario personal y enriquece el sentido de pertenencia al grupo de referencia. La grupalidad y la exogamia son elementos fundamentales para elaborar los duelos, que, como cambios vitales, el crecimiento impone. Naturalmente los adolescentes tienen que realizar duelos, por la infancia perdida, por su cuerpo infantil, por los padres de la infancia. Pero hoy se suman otros: pérdidas de proyectos, sueños, seres queridos, de estabilidad económica familiar, finalización de una etapa escolar y comienzo de otra, en el marco de una constante incertidumbre.

En este momento de pandemia, en el que el afuera es peligroso y amenazante, que nos obliga a todos a estar más en casa, tenemos que pensar qué implica para las/os adolescentes el  tolerar la ausencia de la vida social, de los encuentros, y de los espacios que inventan como diferentes a los de sus padres o adultos con quienes conviven. 

En la adolescencia el cuerpo está en un proceso de cambio, que por momentos se vive con un sentimiento de extrañeza y el pensarlo enfermo los inquieta y preocupa. Suelen fluctuar entre: la omnipotencia absoluta, la negación de la situación, y la sensación de fragilidad y el temor por la muerte. El temor, a veces, no es sólo a la muerte de los adultos de sus familias, sino a su propia muerte, ante este temor, suele escuchárseles en contrapartida manifestaciones tales como “a mi no me va a pasar nada, haga lo que haga”.

A la vez, ese cuerpo, que se viene re-estructurando como cuerpo erógeno, con nuevas sensaciones, olores, sabores, experiencias, requiere inevitablemente del encuentro con el otro. Ese encuentro es necesario como aquel que abre a un mundo de sensaciones y de sentimientos, que en tiempos de pandemia la distancia corporal y el aislamiento físico impiden. El grupo de pares funciona como un refugio y a la vez como una posibilidad identificatoria importantísima. ¿Podríamos concluir que las/os adolescentes que permanecen aislados suelen tener dificultades porque no tienen con quien tramitar sus experiencias, sensaciones y necesidades pulsionales y sociales? En principio podemos decir que sí, pero cabe aclarar que esto dependerá de las características subjetivas de cada adolescente. Ya que en torno a la socialización, cada una/o podrá construir diferentes modos de encuentro con el otro, más allá del encuentro físico. No es lo mismo el encierro real que el encierro mental. 

Entonces ¿cómo podría el adolescente articular lo singular que cada uno va atravesando en su constitución subjetiva, con la época, con los imperativos del siglo XXI y con el confinamiento social?

En todos los órdenes de la vida se va imponiendo la prisa, un sin pausa, un apuro, que no soporta el enigma, ni la espera, sumados como si fuera poco a los avatares que la pandemia nos impone atravesar. Se vislumbra desconcertante, pues pareciera que el presente se constituye en una pausa eterna y el futuro en un horizonte incierto, no obstante la adolescencia representa un momento, un impasse productivo que nos será necesario acompañar. 

La adolescencia como momento evolutivo, y cada adolescente en lo particular, requiere de un tiempo de espera, que muchas veces el adulto de hoy no soporta y empuja en pos de definiciones y toma de decisiones. Un empuje a que los adolescentes precipitadamente respondan, en medio de adultos, que muchas veces no se detienen a ver ni escuchar qué quiere, qué desea, qué piensa, qué siente, cada chica o chico.

El tiempo tiene una dimensión diferente a la que se tiene en la adultez, y muchos jóvenes piensan que el encierro o aislamiento es un tiempo perdido, un “no tiempo” y viven lo no vivenciado actualmente como irrecuperable. Es preciso darles tiempo. Nos referimos a un tiempo de pausa activa, que les ayude a construir saberes y ficciones, para entender y armar creativamente respuestas, es decir, actitudes, opiniones y posiciones que les puedan servir para atravesar la temporalidad propia de la adolescencia y de los tiempos actuales. 

Es necesario detenernos en un tiempo para comprender al adolescente, escucharlo y dar lugar a su decir responsable. Es fundamental que los adultos caminemos junto a ellos, les transmitamos esperanza y estimulemos a los jóvenes a plantearse un tiempo futuro, que les permita transitar este presente, vivido muchas veces como paralizante, ayudándolos a pensar y desarrollar sus propios proyectos.

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