Recuerdo haber llegado esa mañana luego de que comenzó mi primer día en la escuela secundaria. Al entrar a la institución estaba con muchos nervios, porque en la siguiente hora teníamos oral de Geografía. Entré al aula y vi a todos mis compañeros repasando los temas. Tengo que admitir que era bastante largo y la noche anterior me quedé hasta tarde estudiando. Cuando entro, saludo a mis amigas y les pregunto “chicas, ¿qué están repasando?”. A lo que me contestan: “los relieves de América del Sur”. Mi cabeza estaba dando vueltas como loca, no entendía en qué momento me olvidé de estudiar ese tema, me encontraba en un estado de nervios, ansiedad, y fue justo cuando escuché el timbre para la formación en el patio. Escuchar el sonido de la campana me provocó más nerviosismo porque una vez que entráramos al aula la profe llegaría y empezaría a tomar. Cuando logré entrar abrí mi mochila, saqué la carpeta y me encontré repasando el tema. De los nervios no podía memorizar absolutamente nada y no me acordaba tampoco lo que estuve repasando la noche anterior. Justo en ese momento la profe dio los buenos días y se sentó atrás mío. Ese día unos compañeros habían faltado, por lo que el banco estaba solo. Mi repaso se terminó una vez que el oral comenzó. Los temas eran bastante fáciles pero cada uno de ellos tenía que ser explicado de manera extensa para su compresión. Quedaban dos compañeros y llegaba mi turno. En un abrir y cerrar de ojos la profe llamó mi nombre. Mientras me dirigía al pizarrón donde allí estaban los mapas, comencé a hablar en vos baja repasando, hasta que la profe me miró y me dijo “puede comenzar”.

Arranqué comentando sobre los países y sus capitales, después seguí por los océanos y mares, por último pensando que acá había terminado todo, la profe me mira y dice “¿podría explicar los distintos relieves de América?”. Mi cara de susto lo decía todo, hasta el punto que la profe me preguntó “Ámbar, ¿estás bien? ¿Viste un fantasma?”. Comencé a reír y también mis compañeros, la profe también nos acompañó con una carcajada al darse cuenta de que todo el curso estaba tentado. Uno pensará que era solo un chiste, no es la gran cosa, pero para nosotros, y creo que hablo por todo el curso, fue un momento de relajación donde se olvidó que estábamos en examen. Siendo sincera, los nervios se me fueron y me relajé. Todas las risas terminaron cuando seguí hablando. Llegó el gran momento de hablar de los relieves, comencé por la llanura y una gran explicación de éstas, como por ejemplo dónde se encontraban, qué actividades se realizan allí y muchas más cosas. Llegué a la explicación de montañas también realizando una gran explicación de ésta, pensando que estaba haciendo tiempo y atrasando la hora, pero no fue así, tuve que hablar de las macetas. Y dirán ¿macetas? Si, leyeron bien, con seguridad enfrente de todos mis compañeros comencé a hablar de lo que para mí eran las macetas. La profe logra interrumpir mi charla, porque no había nadie que me callara. Me gusta hablar, suelo hacerlo rápido pero se entiende.
Su cara de diversión y confusión me hacen dudar. Yo sin entender sigo hablando como venía haciéndolo. Una vez que termino mi explicación me comenta: “¿estás segura de que son macetas?”. Con una gran seguridad respondo: “sí, profe, demasiado segura”. Realizo una mirada a mis amigas y veo que me señalan de una manera bastante sutil (cabe aclarar que no era así, sino que por poco), no entendía que estaba pasando y mi confusión se volvió más grande. En mi cabeza volví a repasar todos los temas y cada una de sus explicaciones, estaba a punto de volver a hablar cuando la profe volvió a decirme: “¿muy segura que se llaman así?”. Segurísima, volví a responder: “sí, profe”, a lo que noto una expresión de diversión en su cara. Al mirar a mis compañeros también logro ver que todos se estaban riendo. Escucho una sutil carcajada de la profesora, la miro y aún riendo ella me dice: “¿no serán mesetas en vez de macetas?”. El curso entero se larga a reír y yo siento como sube el calor a mis cachetes, poniéndome completamente roja de la vergüenza.
A partir de ese día y por un tiempo que no se extendió mucho, mis compañeros me decían Macetas Tulián.