Los estudiantes de 2° año B trabajaron en el espacio de Lengua y Literatura contenidos sobre las características de la literatura y del cuento. Bajo la guía de la Prof. Melina Navarro Frutos, abordaron contenidos como secuencias narrativas y no narrativas, descripciones, diálogos, argumentaciones y personas/personajes. A modo de cierre, la docente les propuso la resolución de consignas que llevaran a la construcción de cuentos maravillosos breves como objetivo final. A través de estas actividades, los estudiantes debían ordenar acciones núcleo para lograr una secuencia narrativa coherente de acciones principales. A su vez, debían elaborar descripciones de espacios y personaje principal, como así también diálogos para generar suspenso e interés en el lector. Finalmente, debían ordenar y cohesionar todos los elementos construidos para generar un cuento maravillosos breve. En esta oportunidad, acercamos el cuento de la alumna Emilia Pérez.
Las aventuras de Gerard

Supo existir una vez un joven reconocido por todo su reino debido a sus grandes hazañas, su nombre era Gerard.
Se trataba de una linda mañana, el cielo estaba despejado, los suaves rayos de sol reflejaban calidez y el sonido de chicharras junto a los árboles, meneándose de un lado a otro. Todo indicaba un buen día para aquel joven en busca de aventuras. Tomó el picaporte de su puerta de madera y se adentró en camino al pueblo.
De repente, Gerard se percató de la presencia de alguien más junto a él, se trataba de un gran pájaro oscuro revoloteando por encima del joven, este se posó sobre la rama de un árbol enfrente del chico y dijo, con voz aguda y fastidiosa:
-En la torre más alta de este reino, se encuentra el poderoso rey que ofrece la mano de su hija en matrimonio. Si yo fuera tú no dudaría en ir hacia allí.
Al oír aquellas palabras del ave, el dudoso Gerard lo pensó no una, sino dos veces, tres veces y una cuarta vez para terminar de asegurarse. En aquel momento, sin perder más tiempo, emprendió viaje hacia el palacio del rey.
– ¡Gracias! Se oyó a lo lejos la voz de aquel joven diciéndole al ave, mientras sus pisadas se alejaban y poco a poco desaparecía.
Al llegar allí, el chico sintió escalofríos de pies a cabeza. La penetrante mirada del rey provocaba que un nudo en su garganta se formara. Sin embargo, dejó de lado su temor y se presentó ante este, demostrando un gran interés por la propuesta de dar a su hija en matrimonio.
-Te oyes interesado, pero no será tan fácil. Dijo el rey mientras acariciaba su larga barba. Y continuó:
-Para ello te propongo un desafío real, una serie de pruebas. Para la primera prueba deberás recuperar un anillo de un pozo. Para la segunda, te exigiré trasladar una montaña de un pueblo a otro. Y, por último, deberás derrotar al dragón de siete cabezas tú solito.
Nuevamente, Gerard se detuvo por un momento a pensar en la propuesta del rey, pero él, que no era ningún tonto (como tal vez lo aparentaba) aceptó el trato sin más rodeos.
Para la primera prueba, el joven trajo una cuerda y un colador consigo. Ató la cuerda a él y luego al lugar más resistente que había con varios nudos. Se colocó boca abajo y se adentró en el pozo, encontró el anillo y lo tomó con el colador que tenía en una de sus manos, lográndolo gracias a su destreza.
Para la segunda prueba, Gerard se dirigió hacia la vieja biblioteca del reino. Allí se encontraban todo tipo de libros, desde hechizos hasta recetas de cocina. Tomó un libro sobre hechizos y encantamientos de la sección del fondo y salió del local, dirigiéndose detrás del mismo donde se encontraba la montaña más cercana. Tomó el libro entre sus manos y releyó página tras página hasta encontrar el hechizo que lo ayudara a lograr su objetivo. “Derecho y sacando pecho”, repitió en voz alta las palabras clave que indicaba aquella página y completó el encanto con un movimiento de manos.
La montaña que frente a sus ojos se encontraba comenzó a encogerse más y más, hasta tener un tamaño como el de una pelota de goma. Gerard permaneció con los ojos abiertos como plato, estaba totalmente alucinado ante aquel acontecimiento. Se acercó a la pequeñísima montaña y la guardó en su bolsillo, subió a su carreta y se dirigió hacia el pueblo vecino, que, el rey y su preciosa hija, visitarían para ver una feria de exposiciones de maravillas, donde Gerard tenía planeado dejar aquella montaña. Armó rápidamente un pequeño puesto donde simplemente se encontraba la montaña bajo una elegante campana de cristal que encontró por ahí, aprovechando el justo momento en que el rey se acercó a su puesto. Así, el joven ganó esta segunda prueba.
Ya en la última prueba, Gerard se encontraba cara a cara con las siente cabezas del dragón. Sosteniendo un arco de roble y fuertes flechas de hierro en su mano izquierda, se armó de valor y se enfrentó a aquel extraordinario y colosal dragón. Dio un gran brinco y apuntó al corazón de este, pero resultó golpeado por la cola en llamas del dragón y terminó por encima de sus flechas, quebrándolas a todas por la mitad gracias a la fuerza del impacto de aquel efímero momento.
Ya casi a punto de darse por vencido, Gerard recordó, derrotado y en el frío piso, un artículo de su libro de nudos que utilizó para su primera prueba. Se trataba de un resistente nudo con 7 cuerdas. Al darse cuenta, el joven, repleto de adrenalina, se levantó del suelo y puso en práctica un plan: saltando y deslizándose de una esquina a otra, de arriba hacia abajo, rápidamente y sin quedarse quieto ni por un segundo, logró que cada uno de los extensos cuellos del dragón se entrelazaran entre sí. Al percatarse de esto, intentaron salir de aquella problemática, pero, solo terminaron ahorcándose al formar un nudo con sus cuellos.
Apaleado, el dragón cayó al suelo y la ya pequeña llama en la punta de su cola, finalmente se apagó, dejando de dar señales de vida… Así fue como el joven completó esa esperada prueba final, gracias a sus ingeniosos conocimientos.
En cuanto Gerard llegó al palacio, se presentó triunfante ante el rey. Aquél se encontraba estupefacto, aún no podía digerir aquellos hechos. Pero, como no le quedaba de otra, le entregó la mano de su preciosa hija, Annabeth.
En el momento en que ambos cruzaron sus ilusionadas miradas, la limerencia nació. Supieron que siempre estuvieron destinados a estar el uno con el otro.
Al día de hoy, sabemos que ellos se casaron, comieron perdices y fueron felices.